viernes, 13 de septiembre de 2013

DECIR NO


 
                                            Parece una tontería, pero la mayoría de nosotros no sabemos hacerlo o mas bien y dependiendo de las circunstancias, no nos atrevemos a hacerlo.

¿Por qué nos pasa?

                      En determinadas situaciones somos incapaces o nos cuesta terriblemente debido a nuestra educación (el que la tenemos) y al miedo que nos da resultar desagradables a otros seres humanos. Tenemos pánico a que nos excluyan socialmente por no agradar a los demás.

Normalmente al individuo al que le negamos alguna cosa, crea en su interior una “apatía temporal” hacia nuestra persona, porque, como no, le jode y mucho, que le digan que no, esto tiene su explicación evidentemente.

 Desde pequeños montamos unos follones que no veas cuando nuestros padres nos niegan cualquiera de nuestros caprichos, nos irrita que no nos dejen hacer lo que nos venga en gana y que no nos den lo que deseamos (el Mazinger Z tan chulo de la tienda por ejemplo). Pero aun así cuando somos niños lo lógico es que nos marquen limites para hacernos entender que no podemos tenerlo todo (papi no gana cinco mil euros al mes, por lo general), no podemos tener Sugus a todas horas porque no puede ser (y a papa no le sale de los cojones), ya puedes llorar como un cochino en la matanza, “no” es “no” y punto, aunque más de un cabroncete a base de tocar los cojones consigue que el pobre padre acabe comprándoselos, aunque sean las cinco de la madrugada y haya tenido que ir por ellos a la gasolinera.

                  Cuando vas creciendo te sigue molestando que te nieguen las cosas que deseas, pero como ya conoces tus limitaciones (familiares, económicas y demás) pues estas acostumbrado al “no”.

No se sabe porque (ingeniería social de los que dominan el mundo supongo) pero con el paso de los años, te cuesta mas y mas negarle las cosas a los demás, puntualizar que estos “demás” a los que te cuesta tantísimo decir que “no” suelen ser las personas ajenas a tu entorno más intimo, a personas que no cuentan con tu confianza y en muchos casos ni con tu simpatía.

Ejemplos:

Parienta: Paco pon la mesa.

Paco: No, no me sale de los cojones, ponla tú.
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Madre: José limpia la zurraspa después de giñar por Dios.

José: No, que la limpie Paco, que ha sido él.

 

Conclusión: decir “no” a los demás es cuestión del grado de confianza que tenemos con la persona con la que tratamos, y contra menos tengamos, mayor es nuestra incapacidad de decirle “no”.

                      Todos somos muy machotes con nuestras madres, abuelas y hermanitas pequeñas, pero cuando alguien de fuera nos mete el dedo por el culete, no solo solemos sonreírle, en más de una ocasión le damos hasta las putas gracias, en lugar de sacarnos el dedito y metérselo a él por su orejita, acompañado de un destornillador.

Decir “no” a lo que no queremos hacer cuando tenemos buenas razones para ello, es lo más lógico y normal, por ejemplo cuando viene un imbécil y te pide que te bajes los pantalones y después te pongas a cuatro patas, evidentemente, y a menos que te pueda reducir físicamente, lo cual convierte este ejemplo en una violación homosexual, tienes que decir que “no”. No podemos ser títeres de los demás, muchos nos manipulan conocedores de nuestra incapacidad para negar, si algo no nos convence porque lo consideremos moralmente incorrecto o dañino para terceros, o sobre todo cuando lo es para ti mismo debemos decir “no” aunque te lo pida el mismísimo Jesucristo.

Ceder a los deseos de otros nos va convirtiendo en personas débiles y manejables de cara a los demás, y aquellos que lo perciban (los más hijos de perra, que no los más inteligentes y validos) simplemente se dedicaran a pisarte y a aprovecharse de ti en todo lo que puedan.

Nuestra debilidad para negar es la fortaleza de muchos sabandijas, que os quede muy claro, ¿Qué somos? ¿Huevones o leones?, que cada uno se responda a sí mismo.

Decir “no” es sencillo, de primeras, el problema es mantenerlo en el tiempo, muchas veces uno contesta a algo negativamente, y a los tres minutos con tal de que nadie se enfade contigo y sobre todo por la mirada del que te lo pide, en plan desafiante o dándote pena, uno va puntualizando su “no” hasta transformarlo en un jodido “si”. El otro cabrón tan contento y tú comiéndote el marrón.

Cuando alguien te venga con milongas le dices “no”, cuando alguien quiera endosarte un marrón que no es tuyo di “no”, cuando alguien quiera que hagas algo que sabes que perjudica a otros di “no” y cuando alguien quiera que te bajes los pantalones, por supuesto y a menos que te guste, di “no”.

Saber mantenernos en nuestro sitio mejora nuestra autoestima y hace ver a los demás que tenemos un par de cojones y que no somos unos cagados que aceptamos todas las putadas que nos colocan los demás con una puta sonrisa.