Hace mucho
frio y se me ha ocurrido rememorar un poco esas estancias playeras veraniegas
que nos pegamos con nuestros amigos, así que vamos a l tema:
Se juntan unos cuantos
amigos de toda la vida, pillan un apartamento en la playa (cutre y barato) y a
darlo todo. Serán días de sol, alcohol, tabaco, gritos, canticos y majaretadas
varias.
A liarla
parda, o al menos, a intentarlo. Nadie controla nuestros movimientos, la
libertad para hacer el cabra es total y absoluta.
Estamos en
otra ciudad, sin novias, esposas o padres que puedan echarnos de menos o
vigilarnos, vamos, que no hay nadie que pueda molestarnos con sus
interrogatorios o sus llamadas al orden.
Normalmente
los tíos se meten en un apartamento lo más barato posible, así que este no
destaca por sus lujos, mientras la electricidad funcione y la cisterna del váter
se trague lo que le echemos, todo va de puta madre, aun así, no nos vamos a una
cueva, la ducha y los electrodomésticos funcionan en general, lo que ocurre, es
que al macho español le importa una mierda que el apartamento este sucio, viejo
o asqueroso. Lo más importante para nosotros, es que cada uno tengamos nuestra
propia cama y una silla para poder sentarnos a comer en la mesa.
Una vez que
todos hemos llegado al “piso franco”, se distribuyen las habitaciones y nos
vamos todos juntos a hacer la compra, es necesario comprar víveres y sobre todo
alcohol, para que la alegría invada nuestros corazones. Así que bote de
cincuenta euros por cabeza y al cutre supermercado más cercano a comprar
doritos y birras.
Una vez que
hemos llenado la nevera de comida y tenemos el mueble bar hasta el culo de
botellas ya estamos preparados para la guerra.
Bañador al
canto y todos a la playa, que aun no es tarde y algún culo veremos por allí. Nos
llevamos las palas playeras y nos pegamos unos partidillos (a muerte, siendo lo
más importante la victoria), también lucimos nuestro moreno agroman (no todos),
y nuestros barrigotes españoles (oooooole).
Más tarde en
nuestro económico y amplio apartamento nos apoltronáremos felizmente, nos
beberemos hasta el agua de los jarrones, jugaremos a las cartas (nada de
consolas) y todo acompañado de grandes risotadas y muestras de afecto
(empujones, collejas y demás).
Cuando
estemos todos bien cargaditos, y ya no moleste el sol, vamos, cuando se haga de
noche y abran todos los garitos y discotecas, nos pondremos nuestras mejores
galas (jajajaja) y ale, a ligarnos a las suecas, mejor dicho, a seguir soplando
cubatas como cabestros (por lo cual, no pilla ni Dios bendito).
Mujeres
semidesnudas por todas partes, música pachanguero veraniega y calorcito, son
factores muy motivantes para la manada de chuzos que somos ahora, así que a
bailar como monetes y a tirarle los tejos a alguna que se ponga a tiro. A
gastar euros en pelotis y a reírnos con nuestras gilipolleces.
Megapedo
descomunal y ale, a la playa, a por el gran clásico, el “baño nocturno”, que
aunque peligrosísimo (un brusco cambio de nuestra temperatura corporal
completamente borrachos puede ser bastante jodido) es lo que más apetece a toda
la peña. Todos al apartamento a por nuestros bañadores y unos cuantos minis de
cubata, y después a echarle huevos y meterse al agua, que estar, esta
fresquita, pero vamos, que si alguien duda sobre meterse, pues se le anima, o
bien arrancándole el bañador dejándolo en pelotas o trincándolo entre varios y lanzándolo
al agua, esto último también es muy peligroso ya que nadie tiene en cuenta que
cuando tiramos a nuestro colega al agua la profundidad de la misma es de unos
treinta centímetros, así que aparte de remojarle le damos un buen galletón
contra el suelo (esos extraños cardenales que tienes a la mañana siguiente
empiezan a tener sentido).
Una vez
estamos todos en el agua (a más profundidad), a seguir gritándonos, empujándonos
y riéndonos. Algo que parece increíble, es que los minis de cubata en ningún momento
se han derramado o caído directamente al suelo, están en nuestras manos sin el
mas mínimo rasguño, esto nos hace ver nuestro nivel de chuzos, que no es otro
que el propio de unos auténticos profesionales, por muchas burradas que hemos
hecho, los minis han sido protegidos de cualquier agresión externa, tanto por
sus portadores “cuidado mongolos que me lo vais a tirar” como por sus
acompañantes “deja a José cojones, que le vas a tirar el bebercio”.
Normalmente
este bañito acaba con todo el mundo en pelotas, excepto alguno que es más
timidote, usando los bañadores como se usan las bufandas en el futbol.
Luego sales
y te das cuenta que sois muy listos, habéis llevado alcohol y tabaco, pero ni una
sola toalla, así que nos vamos a ir todos muy humeditos a casa.
Llenos de
arena regresaremos al apartamento, donde alguien sugerirá comer algo, esto
desatara la “gusa pospedo terribilis” entre todos los colegas, así que a
saquear la nevera como cabestros, lo cual implicara volver a ir a hacer la puta
compra al día siguiente, lo cual, aunque no queramos, ocurrirá a diario, somos
hombres, incapaces de hacer una única compra para toda nuestra estancia, de una
sola vez.
Una vez
alimentados y cambiados, todo el mundo a la camita, bueno a esa cama infecta
cuyo colchón está completamente deforme y apesta a la combinación del sudor de
los incontables borrachos que durmieron sobre él, pero bueno como vas cocido
como un macarrón pues coges rápido el sueño, más bien caes en coma nada mas
planchar la oreja en la almohada.
Los días pasan
llenos de alcohol, culos, bufetes libres, partidos de palas, bañitos y cachondeo
en general.
Las juergas
diarias y la falta de sueño dan lugar al denominado “Síndrome Gandía”, que
consiste en una irritabilidad hipersensible por parte del que lo padece
acompañado de claros síntomas de “manía persecutoria”, en resumen, el afectado
considera a los demás unos seres insoportables a los que odia a muerte,
mientras que se ve a sí mismo como una persona equilibrada y completamente
lucida.
Lo peor de
todo esto, es que uno no sabe cuando está siendo víctima de este horrible síndrome,
ya que considera a los demás unos estúpidos insoportables y se cree en posesión
de la verdad universal, por ello es tan complicado saberlo, porque tú mismo te
convences de que son los demás los que te tienen manía o recelo.
Las malas
contestaciones se multiplican, los reproches bananeros también, así que la
convivencia se complica, los partidos de palas se intensifican (quiero ganaros
porque os odio), pero siempre varios amigos nuestros que no se ven afectados
por este síndrome logran equilibrar la balanza y seguimos a lo nuestro,
bebiendo y gritando.
Mas noches locas
nos aguardan, ya que el alcohol, aunque pueda parecer maligno, nos une a todos,
así que acabamos estrechando aun mas nuestros lazos de amistad entre abrazos y
disculpas por habernos tratado mal “perdona por el raquetazo”, “tu madre no
esta tan gorda”, “lamento no haber tirado de la cadena”.
Cuando llega
el día de marcharse, todos muy tristes, recogemos nuestras cosas y nos vamos a
los coches para volver a casa, nos lo hemos pasado muy bien, y en nuestro corazón
sabemos que si podemos repetiremos el año que viene.
Las vacaciones
con los amigos son geniales, lo pasas en grande, te desestresas (aunque no lo
parezca) y haces ejercicio (aunque sea levantando copas), y te das cuenta de lo
mucho que te aprecian tus colegas, porque, por muy subnormal que hayas sido con
ellos ninguno te ha metido con un cenicero en la cabeza.